El 11 de agosto del 2009 un grupo de expedicionarios provenientes de distintos rincones del planeta llegaba finalmente a su destino propuesto: El Castillo de Ingapirka, Santuario del Joven Poderoso en Ecuador.

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Se alzaba frente a nuestros ojos un importante símbolo arqueológico que representa la grandeza del Imperio Inca. Entre los expedicionarios estaba yo, observando con ojos tristes el desenlace de nuestro viaje, triste porque me había acostumbrado al estilo de vida que llevaba por semanas, a la gente, al olor, al sabor de los platos. No quería separarme de aquella tierra por eso una parte mía se quebraba. Por otra parte estaba satisfecho, feliz, y por sobre todo vivo. Después de 40 días de travesía, dentro de cada uno de los expedicionarios, un importante ciclo se estaba cerrando.  Una parte de mi corazón me iban sacando cada vez que me despedía de cada uno de mis camaradas. Aquellas seis semanas de viaje habían dejado una huella especial dentro de mí.

Sentado en el avión voy rumbo a los Estados Unidos: el actual imperio de nuestro presente siglo. Es de noche y veo una enorme luz incandescente, una ciudad que no duerme, en pocas horas estaré pisando la tierra de Obama por primera vez. Creo que una persona se sentiría de la misma forma, hace siglos atrás, si estuviera ad portas del Imperio Inca. Acomodo mi cabeza en el asiento y trato de recordar el momento vivido no hace muchos días, aquellos días cuando caminaba por las montañas, por las playas y por la selva con aquel grupo especial de expedicionarios.

La universidad me recibía con lujos, una limosina me fue a buscar al aeropuerto en Filadelfia. Mirando por la ventana de la limosina pensaba que hace tres días atrás estaba caminando en el medio de los Andes, comiendo cuy, papas y choclo. Aquí me recibían con hamburguesas, papas fritas y Coca-Cola. Ahora me adentraba en un mundo lleno de lujos, en el país más automatizado del planeta, donde ni si quiera puedo tirar la cadena del baño porque un detector láser mucho antes ya ha calculado mediante un algoritmo computacional  que es momento de tirarla. Es mi primer día en Estados Unidos. Me muestran mi cuarto, una cama cómoda, aire acondicionado y wi-fi.  Dejo mi pesado equipaje, me recuesto por un rato en mi nueva cama y miro al cielo, me levanto nuevamente, voy al baño y me preparo para tomar mi primera ducha, el agua sale de inmediato caliente. Recuerdo cuando tomaba mis duchas en Pasto, ese fluido gélido que me pasaba por la espalda, que me hacía recordar que estaba vivo, recuerdo que me bañaba por partes. Primero me mojaba entero, luego me enjabonaba y me echaba un poco de shampoo. La segunda parte era más dura ya que comprendía la sección del enjuagado. Ahora estaba en una ducha con agua caliente. El vapor de agua hace ver todo difuso, cierro los ojos y pienso lo que estaba haciendo unos pocos días atrás, veo las caras de mis amigos, mi gente, las risas y los gritos de alegría.

5968_114968623018_599078018_2287887_1718866_nCuando los músculos de las piernas están a punto de decir basta, en ese instante en que sientes que la cabeza te va a estallar y el camino continua, sigue y sigue, después de pensar que la cima estaba a la vuelta de una roca aparece otra pendiente más empinada. Inspiras, expiras, miras a tu alrededor, ves a tus amigos que están en las mismas condiciones tuyas. Tomas la mano de uno de ellos, la lluvia ha mojado toda tu ropa, el frío comienza a pegarte más fuerte. En un instante pierdes el equilibrio y resbalas. Durante la caída, mientras vas en el aire, te vas preguntando qué estabas pensando en el instante que decidiste unirte a la Ruta. La falta de oxígeno te hace pensar en forma difusa, bits de información se pierden en tu cerebro. El frío te ataca provocando la perdida de ciertos sentidos. La puna de a poco comienza a llevarte a los brazos de Morfeo. El hambre comienza hacerte ver a tus amigos como futura comida. En esos instantes es cuando estas verdaderamente viviendo la Ruta Inka. En esos momentos extremos es cuando tu cabeza comienza verdaderamente a trabajar y a darse cuenta que es lo que hay a tu alrededor y lo frágiles que somos en este medio.  En muchos instantes uno pierde el sentido del viaje, como en muchos instantes de nuestras vidas, el por qué y el para qué se esfuman.

Mientras voy semi-moribundo caminando por aquellos parajes andinos, un indígena pasa por mi lado. Me mira y sonríe. Mi ignorancia geográfica me había llegado hacer creer que por el solo hecho de estar en el medio del globo, el clima en Colombia y Ecuador iba a ser tropical. Mi equipaje constaba de sandalias, camisetas manga corta, bermudas, y protector solar. Grande fue mi error, y me vine a dar cuenta a cuatro mil metros de altura.

‘Cuanto falta’ -preguntaba con voz quejumbrosa.

‘Cinco minutos , cinco minutos’ –me respondía el guía.

5972_1199456502742_1118418783_30608793_1736554_nSabía que no eran cinco minutos. Aprendí a multiplicar cualquier número que me daban por un factor mínimo del triple. Por la falta de oxígeno, mi cerebro me hacía decirme para mis adentros: ‘Apenas bajemos tomaré mis cosas y me iré.’ Esa frase me la repetí un par de veces, sin embargo,  mientras iba avanzando en mi viaje y pasaba por Pastos, San Felipe Bajo, San Felipe Alto, Tangua, Tulcán, Ibarra, Quito, Manta, Puyo, Cotopaxi, Cuenca…esa frase desapareció.

¿Qué diría la mayoría de la gente con respecto al proyecto Ruta Inka y lo que verdaderamente hacemos durante esos cuarenta días? ¿Cuáles son las cosas grandiosas que estos expedicionarios pueden llegar a hacer? ¿Cuál es el verdadero motivo que mueve a esta organización que crece cada año?

Con la mano en el corazón tendría que decirle a toda esa gente que verdaderamente no sé la respuesta. Sólo sé que estuve ahí muy poco, casi nada, compartiendo con la gente el día a día. Riendo, jugando con una pelotita de plástico en la plaza de Quito con los niños y no tan niños, cantando con la gente, conversando con ciegos, con pordioseros, con prostitutas, compartiendo reuniones con alcaldes, académicos, ancianos, reinas de pueblitos desconocidos. Hablando un sinfín de tópicos desde astrofísica de galaxias hasta como cocinar mejor un huevo.  Mi presencia que no es mucho decir, interactuó en un sinfín de escenarios. Pecaría de mentiroso si dijera que fui a luchar por la justicia, hice esto o esto otro, eso es mentira, solo fui un mero espectador la mayor parte de mi tiempo. Si leemos la mayoría de las crónicas notaremos que la mayoría de nosotros expresamos lo que vimos, lo que sentimos, pero no lo que dimos, porque fue muy poco en comparación con lo que recibimos. Si miramos la acción de cada expedicionario en forma reduccionista veríamos que no se hace mucho en estos tipos de expediciones. Mucho menos se ven los resultados a corto plazo. Los grandes cambios en los pueblos no ocurren de la noche a la mañana, son pequeñas acciones que suman y generan los grandes cambios.5968_114968538018_599078018_2287872_2021082_n

Ruta Inka es como un barco que va en el mar. Es un barco con una tripulación alegre, que canta día y noche. Ríe y llora. Salta y baila. Aquel barco produce pequeñas olitas, las cuales van viajando y moviendo otras embarcaciones. Esas olitas se generan gracias a la sumatoria de todas las personalidades de los expedicionarios. Cada contacto con las personas en cada pueblo, se agregan a esa sumatoria, cada conversación con  un niño, un anciano o un adulto contribuyen a formar mas olitas que mueven vidas, que las cambian, que las hacen ver que el mundo allá afuera es grande y que ellos también son parte de esto.

Somos mucho más que un puñado de jóvenes que van a turistear. Es muy diferente, un turista es un ser que sale de su lugar de origen a descansar y va a otro parecido pero con piscina, el turista teme de salir de su zona de confort, el turista no se levantaría a subir un cerro a las cinco y media de la mañana sin sentido alguno. Bueno, sin sentido para el turista. El expedicionario da mucho más pero tampoco es un ser milagroso, el expedicionario absorbe información, aprende y de vez en cuando enseña. De eso estoy seguro porque lo viví. El rutero es un personaje especial, es un ser que es sacado de su medio ambiente generalmente de ciudad, de Internet,  congestión vehicular, comida chatarra y puesto en el medio de lugares muchas veces inhóspitos. Son jóvenes especiales con grandes cualidades. No existían conversaciones superficiales en los largos trayectos en bus. El mundo entero estaba representado en este grupo. Y este grupo se reúne cada año para luchar en pos de los eternos postergados. Esa sensación que sentía cuando se bailaban expresiones Incas, retrodecer al pasado y encontrarte con la otra mitad. La mirada del soldado, la del indígena, la de los shamanes, aún me rondan por la cabeza. Me parece que el tiempo vivido fue solo un sueño, de esos sueños donde uno no quiere despertarse.

Ruta Inka es un proyecto noble que rompe los esquemas comunes y aporta en demasía al proceso de entendimiento internacional, realizando un intercambio cultural de calidad. Acerca a la gente, de cara a cara, de piel a piel. Una difusión y herencia cultural única. Entre nosotros hay futuros líderes en todas las áreas del conocimiento (economía, ciencias físicas, artes, deporte, historia) los cuales han absorbido como esponja todas las experiencias vividas en Colombia y Ecuador.  En un futuro no muy lejano, en el instante en que ellos tengan que tomar grandes decisiones, ellos tomarán en consideración todos estos recuerdos y experiencias. La educación tradicional falla en vincular estas problemáticas, es por esto la importancia de estos proyectos donde se involucran a jóvenes de todos los rincones del planeta tierra.7419_132737094294_588274294_2328287_652496_n

¿Qué sería mejor un líder con la mente cerrada y sin que haya pasado por estas experiencias o alguien que lleve dentro de su corazón la imagen innata de Latinoamérica y el indígena? Son historias privadas, secretas, íntimas las que verdaderamente cambian la historia.

En pleno auge de la ciencia y la tecnología, en donde el conocimiento aumenta en forma exponencial y las distancias se acortan, los seres humanos irónicamente nos convertimos en entes más individualistas, homogéneos y fríos. Tenemos la posibilidad de  hablar, vía Skype, con nuestro amigo de Eslovaquia  o utilizar Google Earth para observar cualquier rincón del planeta… pero desde lejos, desde fotos tomadas a cientos de kilómetros desde un satélite. Una unión virtual, sin sensaciones, sin olores, sin escuchar las historias escondidas de alguna aldea indígena o los cuentos de los niños de una ciudad del altiplano. Las tecnologías nos acercan pero solo hasta cierto límite, es imposible saberlo todo en esta vida, pero si es posible transformarse en una persona capaz de entenderlo todo.

Ruta Inka es Conocimiento.
Es aventura.
Es un reto.
Es cultura.
Es entender el pasado para construir el futuro.

A medida que los días pasaban se iba perdiendo el sentido de frontera. El olvido de nacionalidades y la convergencia en una meta común. Es en estos proyectos donde se genera un conocimiento multidisciplinario generando metas a corto y largo plazo. La interacción entre los expedicionarios y el pueblo contribuyen y realizan implícitamente un efecto multiplicador en el desarrollo de las naciones.

10328_141985589325_505219325_2477185_2259741_nVengo de Chile un país aislado por los Andes, el desierto de Atacama, la Patagonia y el vasto Oceano Pacifico. Viviendo entre cerros y mitos. Me he dirigido a ustedes para contarles en forma poco detallada quiénes somos y qué soñamos pero al mismo tiempo me aprovecho para enviar un mensaje a todos los jóvenes (semillas del futuro) para que se esfuercen en luchar por un futuro sustentable. Enmarcados en un ambiente internacional de grandes problemáticas globales (pandemias, problemas climáticos y económicos.) Los pueblos aborígenes, junto con la cultura incaica, nos enseñan desde su pasado, que el desarrollo, los avances, el crecimiento humano son atemporales. Con todas sus construcciones y tecnologías nos demuestran que la creatividad es única y nace de la mezcla del trabajo de nuestros cerebros y corazones.  Es tiempo de crear sociedades basadas en un conocimiento que tienda a un conocimiento integral y objetivo. Destruir los dogmas y las creencias dañinas y adaptarse a los nuevos tiempos.

Como dice José Ingenierios:  «La vida vale por el uso que de ella hacemos, por las obras que realizamos. No ha vivido más el que cuenta más años, sino el que ha sentido mejor un ideal». Ruta Inka ayuda a vivir ese ideal.

Cada viajero tiene su estilo. Cada expedicionario presenta de alguna forma un paradigma. No creo en el destino, ni en dioses, ni en la Pacha Mama. Mentiría en mi crónica si escribiera palabras hermosas sin sentido con respecto a estas cosas, eso sería una falta de respeto, pero respeto las diferencias. Sólo creo en la fuerza del hombre y en 10328_141981604325_505219325_2477108_7034147_nsus sentimientos. Ése es mi estilo de vida. Esta es mi opinión muy personal, esto es lo que yo sentí. No todo lo que ves en Ruta Inka es lindo o feo, se viven distintos matices y experiencias que ayudan a crecer y a desarrollarse… quizás eso es lo que la haga verdaderamente valiosa esta experiencia. Ruta Inka es la vida misma.

“Latinoamérica: fractal del universo, punto de singularidad, verde, húmedo y cálido. Tierra de alturas, colores, aromas y pasiones. Eres oxígeno que masajea mis pulmones. Acurrucada en los brazos de Alfaro, Bolívar, San Martín y O´Higgings. Protegida por tus valientes soldados. Construida por los brazos del pueblo. Alimentada por los pechos blandos de nuestras mujeres. Rodeada de volcanes que nos acercan al cielo y al infierno. En el mar las ballenas te susurran al oído mil canciones. Te dicen que sueñes, que vivas, que sonrías, que sientas la energía de todos los que te aman y te llevan en el corazón. La energía de esta región que evoluciona y cambia. Creces y creces en la historia, en el tiempo, en mis sueños de viajero incansable. Dentro de una chiva voy, con los músicos, el platillo, los bombos, la trompeta y por los cerros. Al final sonrío y sigo mi camino.”

José Saavedra (Chile)